Por Litto Nebbia

“La Cueva” abría exactamente a las 22 horas y cerraba puntualmente a las 4 de la mañana.  De lunes a lunes. Allí trabajamos meses y meses hasta que finalmente cerró, después de tantos    inconvenientes policiales. Todavía no habíamos grabado como Los Gatos. Ciro Fogliatta en órgano, Kay Galifi guitarra eléctrica, Oscar Moro batería y yo al bajo eléctrico. Era un trabajo desgastante y con poca remuneración. Pero a nosotros nos servía.    

Primero porque no teníamos donde caernos muertos, ni parientes por la Capital. Y por otro lado nos mantenía en “dedo” tocando e improvisando todas las santas noches. Luego también comenzamos a ensayar allí por las tardes armando el repertorio de Los Gatos. Concretamente el que cubre todo el 1er. LP nuestro y algo del 2do. El lugar era un sótano con pretensiones de ser una “whiskería”. Algunas veces podía asistir una pareja a tomar algo. Pero habitualmente estaba lleno de solitarios parroquianos. El ensueño mítico que hay sobre el lugar, es realmente que servía de punto de encuentro para muchos jóvenes soñadores, con ganas de tocar música o escribir o simplemente divagar.    

Allí nos veíamos con muchos personajes bien reconocidos hoy en día como: Moris, Javier Martínez, Pajarito Zaguri, Miguel Abuelo, Tanguito o Lernoud y muchos otros. Nuestro punto de reunión exacto era frente a La Cueva. Ya que imposible que todos pudieran pagar la entrada diariamente. El dueño o administrador señor Bravo, hacía honor a su apellido.                                                                                         

La cuestión que toda la monada aguardaba que llegaran las 4 de la mañana para el cierre de La Cueva, y entonces era cuando procedíamos a marchar hasta La Perla de Once. El único lugar abierto toda la noche, ya que pernoctaban allí los estudiantes preparando sus exámenes. Ubicados en el mítico bar de Once, pasábamos horas hablando y hablando. Lo mismo que hacían (y hacen) otros adolescentes. Hablar de los sueños, quejarnos de la dureza del mundo, proyectar ideas artísticas con la esperanza que alguna vez se concretaran. Esto hasta que amanecía, y se comenzaban a poblar las calles de la gente que se iba a trabajar. De ahí la cuestión de que éramos “náufragos”. Éramos los sobrevivientes de la noche.                                                                  

Tiempo más tarde en una canción nos bauticé “los enfermos del amanecer.

Nebbia, Marzo 2019