Por Nuno Estelrrich

15 de diciembre de 2020

No recuerda los lugares por dónde pasó, no lleva la cuenta de cuantas veces se mudó, ni a cuantas escuelas fue. Se considera del Sur, de la Avenida Corrientes hasta la Antártida. Ahí se siente en casa.

Estuvo en otras latitudes ciertamente, nació en Villa Ballester pero no se quedó mucho allí,

El primer grado lo empezó en barrio norte donde vivían sus abuelos y segundo a cuarto fue pupilo en el colegio San José de Muñiz para luego volver a otras escuelas por el centro. En esa época se podía entrar y salir de cualquier lado; recuerda que entraba con su hermano al mediodía a un hotel de la Avenida Corrientes y se tiraban en los sillones a tomar café y mirar la tele en color; nadie les decía nada.

Subían a la terraza de los edificios cuando querían; eran como invisibles. El mundo de los adultos y el de los niños nunca se cruzaban. Por el bajo había baldíos para explorar a la hora de la siesta, en los barrios siempre encontraban alguna casa abandonada que tomaban por "embrujada"; la vida era una verdadera aventura.

Estuvo  por varios barrios, anduvo por el sur del conurbano, incluso hizo sexto grado en una escuela rural de Canning y primero de secundaria en una agrotécnica frente a una estancia; en esos años haciendo grandes trechos, saliendo a la madrugada de su casa y regresando al atardecer; pasando la mayoría del tiempo mirando por la ventanilla. Vivió siempre en la latitud sur, algunos años en el centro, en Congreso, Barracas, Lanús, San Telmo y retornando una y otra vez a las coordenadas.

Lo primero que llegó a su oreja fue el rock, un poco de cada cosa: Pink Floyd, Deep Purple, Led Zeppelin... y también lo que sonaba por acá a mediados de los ochenta. Empezó con el bajo en algunas bandas y luego se interesó por la música barroca; así que un día vendió el bajo y compró un teclado.

Estudió órgano con Carlota Faedo una gran maestra de organistas; luego más adelante tuvo que vender el teclado para comprar nuevamente un bajo; hasta que mediante algunas peripecias pudo juntar a los dos; tenía un armonio y un Fretles.

Llevó tiempo llegar al contrabajo, le resultaba imposible comprarlo; un buen día le ofrecieron el que aún conserva por apenas un puñado de pesos, vendió todo lo que tenía y lo compró. Tuvo varios después, buenos y malos, de autor y chinos; pero siempre se quedó con  el primero y los otros siguieron de largo.

 

El tango lo conoció por su familia. Sus tíos eran bailarines y su padrino un asiduo oyente de Gardel; una tarde le regaló un casette de Edmundo Rivero y bueno, una vez que escuchó a Rivero con las violas se envicio y así fue llegando a los grosos; hasta afinar bien el oído para escuchar al zorzal.

Para alguien que anda por Buenos Aires, o como dicen ahora: "El AMBA", el tango es inevitable, le guste o no. Así que asimilarlo no es nada difícil; es algo así como hacer consciente lo inconsciente pongámosle dice Guillermo con una sonrisa

A mediado de los noventa no existía la vorágine del turismo, pero si existían algunos barcitos por San Telmo; para "incautos turistas" porque los precios no eran muy claros al momento de la cuenta; obviamente a los músicos les tiraban migajas, cosa que no cambia ni aún con el aluvión de turistas. Se tocaba de parrilla, es decir de oreja. Creo que el término "de parrilla" cuadra justo, no sólo porque refiere a que cada músico va tirando ahí lo que tiene;  lo toma de esta forma  porque también al principio hay que quemarse un poquito.

Terminó los dos últimos años de secundario a la noche y entró en la Universidad. Hacía laburos con el armonio en casamientos y otras celebraciones, algunas noches tango; pero después Bellas Artes le absorbió por completo. 

En La Plata estudio la carrera de composición, fueron siete años y vivía a 70 kilómetros, así que estudiaba arriba del tren; que si hiciera la cuenta ya hubiera llegado a La Luna parando en todas las estaciones.

Le hubiese gustado contarme acerca de mis laburos, algunos imposibles de creer me dice también riendo;  en los 90 directamente no había trabajo y los clasificados eran generalmente para vendedores o para cobrarte por una foto extra en "importante productora".

Principalmente laburó de cartero, así que se caminó y anduvo en bici por toda la ciudad con el walkman rebobinando los casettes con la bic para ahorrar pilas; cree que esa fue la mejor escuela que tuvo; tuvo la posibilidad de escuchar y re-escuchar al detalle sus músicos de rock, jazz, tango y la música barroca. Se acuerda incluso que compraba los "piratas" grabados en TDK que había que pasar a buscar en una semana. ¿Quién iba a imaginar que iba a existir música de sobra como ahora? Si hay algo que sobra ahora es ruido jajaja jajaja, lo dejo ahí; no hay que herir susceptibilidades, dice Guillermo.

Simplemente se esfumó el mundo analógico; nació en el viejo mundo, previo al último cuarto del siglo XX. El mundo de algún modo estaba ligado a la antigüedad, a la "medida humana", conquistarlo era aún cosa de niños... 

Con el tango le pasó algo parecido, en los últimos años de Bellas Artes volvió al tango, tuvo y tiene un gran maestro y uno de sus mejores amigos que le enseñó contrabajo; es Guillermo Ferrer, contrabajista de Pugliese, de Atilio Stampone; un gran maestro laburando en los boliches toco con distintos músicos y formaciones.

Fue en un bodegón de Caminito; que le pasó la onda un contrabajista amigo y se quedó porque conoció personas muy valiosas. En principio eran un trío de fuelle, violín y contrabajo; hasta que el violín se fue de gira por las estrellas y quedaron sólo el dúo; el bolichero aprovechó para achicar el presupuesto.

Quizás omitió mil cosas, para culminar haciendo un pequeño reconocimiento al tango: Con el tango milonguié, laburé, viajé y conjugué unos cuantos verbos más. Y así va por el camino de adoquines Guillermo Ayos jugando como cuando era un niño buscando rincones misteriosos en baldíos llenos de aventuras, colgando sonidos sobre el viento, llegando a donde no llega nadie con una simple nota musical.