Por Enrique Porcellana

Si los enemigos no vienen y los amigos no pagan ¿qué hacemos?

Como nunca y aún en los peores momentos de crisis de nuestro país, la actividad teatral independiente se encuentra hoy en estado de necesaria transformación para hacer factible su supervivencia. Los altos costos de mantenimiento y tarifas, las exigencias que impone el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, para la habilitación y funcionamiento de las salas que se traduce en gastos y honorarios de técnicos y matriculados y el casi nulo apoyo económico estatal, hace que hoy sostener un emprendimiento cultural sea prácticamente inviable.

A este panorama desalentador debemos sumarle que la crisis económica que golpea el bolsillo, hace que la gente recorte sus gastos y se restrinja a lo estrictamente necesario, dejando de lado las salidas y el esparcimiento. Debemos sumar también la creciente oferta de espectáculos en cartelera con salas que apenas logran tener una media de 20 o 30 espectadores por función, número exiguo que a un costo de entrada popular no cubre los gastos de funcionamiento y ni hablar de la ganancia para el artista.

Hoy los elencos, músicos y artistas en general deben recurrir a los “amigos” para lograr algo de público para no suspender la función y tener que abonar de su propio bolsillo un seguro de sala; indignante en todo sentido que se sintetiza en esta frase: pagar para actuar. El desafío de supervivencia es encontrar una fórmula que permita la captación de público por un lado y la oferta de un plus al espectador que complete, junto a lo que viene a ver su salida al teatro. Esa alternativa se conjuga en interrelacionar la oferta cultural y la gastronómica.

 

¿De carne o caprese? That is the question…

Los argentinos tenemos por costumbre resolver nuestros estados anímicos y reuniones sociales comiendo. Se come en los velatorios en las zonas rurales del interior del país, se come para festejar aniversarios o cumpleaños, casamientos o divorcios, fiestas de todas las religiones, reuniones de amigos, de trabajo, bienvenidas y despedidas, la lista de motivos puede ser infinita pero siempre de parado o de sentado terminamos comiendo.

Unir arte con gastronomía es tan viejo como el arte mismo. Ya en el siglo VI antes de Cristo, los griegos padres del teatro y de la mímesis, desplegaban sus tragedias o comedias en tiempo real, es decir con la salida y la puesta del sol, lo que implicaba  que en las graderías del anfiteatro o theatron se comiera. Las crónicas señalan que en el mítico Teatro El Globo de la época isabelina, el pueblo que asistía a ver las obras de Shakespeare, comía y bebía en las galerías, entre otros menesteres que no vienen al punto relatar aquí.

Ya en nuestro tiempo, un caso emblemático de esta combinación exitosa fue el espectáculo teatral “Tamara” que desde 1990 a 1994 se desarrolló en el palacio El Vittoriale de Buenos Aires, en donde el público elegía  recorrer el edificio en su totalidad siguiendo a los distintos personajes de la trama que luego convergían en una cena compartida. Otro ejemplo lo constituye la obra “Parte de este mundo” sobre textos de Raymond Carver, que ya va por su séptima temporada y que actualmente está en cartelera los domingos al mediodía en Timbre 4. Allí los actores se mezclan entre el público sentados alrededor de una mesa en forma de cruz y comparten sus historias mientras todos comen una picada y un vaso de vino. En cambio, Microteatro despliega una propuesta gastronómica a partir de una cervecería y pequeños espacios teatrales donde se desarrollan obras de una duración aproximada a los 15 minutos con un eje temático que cambia mensualmente y donde la gente puede elegir que ver. Desde una perspectiva más comercial en “Derechas” de José María Muscari los espectadores almuerzan con las actrices.

El fenómeno del café concert, que adquiriera tanta notoriedad en nuestro medio entre la década del 60 y 70, es otro ejemplo más de esta mixtura. Aún hoy espacios como el Torcuato Tasso o La Trastienda, dedicados a al género musical o al espectáculo unipersonal se sostienen no solo por los artistas sino también por el pico de la chopera. Esta modalidad de combinación, lo supieron interpretar desde hace años las cadenas de salas de cine, donde el viejo vendedor de maní con chocolate, fue reemplazado por puestos de ventas de golosinas, bebidas y snacks que pueden ser consumidos cómodamente mientras se disfruta de la película; todo suma al momento de hacer caja.

Mónica Berman, semióloga y crítica teatral del diario La Nación, señala en una entrevista que uno de los motivos que influyen e  la merma de público se debía, en buena medida, a la costumbre social arraigada de combinar la ida al teatro con la cena pos espectáculo en un restaurant, difícil de sostener económicamente en estos tiempos para una sola persona e imposible para un grupo familiar. También señalaba acertadamente que una función concreta de la crítica, sería orientar a ese público desde la lectura hacia aquellos espectáculos en donde se combine directa o indirectamente estos dos factores. Existen diferentes gustos y motivos por los cuales la gente elige un espectáculo musical o teatral como parte de una salida social y al momento de elegir dónde ir, más allá de aquellas obras o recitales de artistas reconocidos y difundidos comercialmente, hay un ramillete de otras alternativas, muchas de ellas de primerísima calidad que no llegan al conocimiento de la gente. Sumado a esto se ha dado también que ya los centros culturales y salas teatrales han abandonado su localización en aquellos barrios tradicionales y hoy  los encontramos en casi todas las comunas de la ciudad, lo que le posibilita al vecino proximidad y comodidad de traslado.

Ante la crisis, los propios artistas famosos han optado por presentarse en teatros y centros culturales barriales, práctica muy común hasta la primera mitad del siglo pasado, donde las compañías teatrales, orquestas y cantantes salían de gira por los barrios presentándose en los viejos cines – teatros que estaban diseminados por todos  la Capital y el Conurbano Bonaerense. Épocas donde solo la radio tenía penetración en los hogares y la curiosidad por conocer a esos artistas generaba la afluencia de público. Se trata pues de seducir al espectador con nuevas propuestas donde en un combo resuelva esparcimiento, proximidad a su casa y experiencia gastronómica, y si todo eso es barato pero de calidad mejor aún. Pero aún así es necesario un trabajo de campo importante, haciendo eje en el barrio, en las escuelas, en los centros de jubilados y bibliotecas, yendo a la búsqueda del nuevo espectador, aquel que a lo mejor nunca fue al teatro para que descubra esa nueva experiencia.

Bajó el telón, cerrame la 8

Si algo hemos aprendido los argentinos en general y los artistas en particular es a surfear las crisis económicas y políticas sociales que cíclicamente nos asolan. Épocas de censura y mordaza, de atentados a salas, listas negras, amenazas a músicos y actores, exilios, crisis económicas, falta de apoyo y fomento estatal de la actividad teatral independiente, destrucción sistemática de la cultura popular. Casi siempre la iniciativa autogestora peleó sola esas batallas por sobrevivir, pareciera que los teatristas son seres obstinados que viven intentando una y otra vez mantener esos espacios que hacen que Buenos Aires sea una de las capitales del mundo con mayor oferta teatral del mundo.

Siempre existirá un público amante del teatro alternativo que consuma habitualmente esa oferta, que frecuenta ciertos espacios en forma permanente porque les garantizan seguridad tanto en una constante renovación de la cartelera, como ciertos resultados de calidad, aunque muchas veces las bondades de los espectáculos estén más ligadas a la moda y a cierto esnobismo. No es ese público cautivo el que nos interesa, porque esos les garantizan la supervivencia a algunos pocos. Apuntamos a atraer nuevos espectadores, jóvenes que nunca vieron teatro, que nunca asistieron a una experiencia cultural distinta, performativa y aunque suene prosaico, una forma de pescarlos es como a los peses, por la boca.

No se trata de vender empanadas y cerveza para pagar los servicios e impuestos de la sala, aunque a veces esa sea la única forma. Se trata de duplicar la oferta, de conjugar dos experiencias. Los que estudian administración gastronómica dicen, que la gente que concurre a un restaurant tiene múltiples motivos y no todos están ligados a la calidad de la comida y ni siquiera con el precio de la consumición. Hemos visto que conviven distintas maneras de interrelacionar y conjugar estas vivencias; incorporadas al espectáculo mismo o en paralelo como soporte de servicio. Sea cual fuese la forma, la gastronomía significa en este momento un aporte económico fundamental que garantiza la  resistencia por la supervivencia y la continuidad de la diversidad de expresiones.