Por Damián Zárate
20 de abril de 2020
Actor y director teatral. Hizo cine y TV. Empezó de grande a los 28 años en un taller de teatro y desde ahí no paró nunca. Formó su propia compañía teatral y recorrió Europa. Hoy interpreta a Tarquino en “La violación de Lucrecia” en el X Festival de Shakespeare Buenos Aires. Entra en La Cueva: Alberto Ajaka…
¿Cómo fue la experiencia de participar en “La Violación de Lucrecia” en el X Festival de Shakespeare Buenos Aires?
Hemos grabado en el teatro Maipo. Con Elena Roger haciendo el personaje de Lucrecia, yo interpreto a Tarquino, y Ana María Picchio junto a Leonor Benedetto son las narradoras. Es un poema narrativo de Shakespeare
¿Es la primera vez que hacés algo de Shakespeare?
No es la primera vez, ya hice “Macbeth” en el teatro San Martín, hice “Hamlet” y una versión propia de “Otelo”. Tengo una recurrencia con Shakespeare en mi carrera porque la visión de lo humano, la pasión, nosotros la tenemos de los dramas de Shakespeare. Él fue un hacedor teatral, nos quedan por suerte sus textos. El teatro occidental está teñido y atravesado por las obras de Shakespeare.
¿Hay mucha diferencia entre el teatro en sus comienzos y el actual?
El teatro era un ritual, y la gente iba a participar de la ceremonia. Ahora está difícil la ceremonia, lo sabemos. Incluso antes la gente abucheaba en el teatro y pedía modificaciones en los textos. Eso hoy no sucede.
¿Qué particularidad tiene esta obra que están haciendo?
Es una versión para streaming, es una lectura dramatizada. Una pieza que no se ha hecho mucho porque forma parte del poemario de Shakespeare. Se basa en personajes reales y cuestiones históricas de época. La veracidad y el rigor histórico es anecdótico, se puede modificar la escena según los tiempos.
¿Cómo llegás a la actuación?
Realmente comencé de grande, a los 28 años en un taller de teatro. No tenía relación con el teatro ni con la literatura teatral. Fui un aprendiz. De casualidad lo hice. En la segunda clase sentí que con el teatro se me había inoculado un veneno que no me iba a poder sacar nunca más. Yo tenía mi laburo, mi vida, pero no soportaba que nadie me diga que hacía teatro como hobby o como pasatiempo porque me sentía actor y director.
¿Y la primera obra importante que hacés cuál fue?
Fue “Otelo”. Realmente no estaba vinculado al éxito pero nos fue muy bien. Estuvimos cuatro años ensayando y dos años con funciones semanales. Hicimos una adaptación del texto al Buenos Aires actual. Ese fue el primer encuentro que tuve en el teatro.
¿Entonces antes de los 28 años no había aparecido el amor por el teatro en tu vida?
Si miro mucho hacia atrás puede haber algunos hitos. Por ejemplo una obra que hice en primer grado. Pero no recuerdo tener la fantasía de actuar. Siempre fui un poco el bufón con mis amigos, y sabía leer bien de corrido, además tenía la voz, pero no mucho más. Nunca pensé que iba a ser actor.
¿Y cómo era eso que no te bancabas que te digan que era un hobby?
En realidad las reacciones eran lógicas porque yo había hecho otras cosas no vinculado a lo artístico. Y nada me había apasionado. Yo manejaba la empresa familiar. Todo daba a entender que yo estaba haciendo una actividad extracurricular a mi propia vida. Tuve que migrar de mis amistades y mi circuito social por el teatro. Nadie tiene la culpa, yo no podía hablar de otra cosa que no fuera de teatro, incluso con mis compañeros de taller. Estaba enfermo por el teatro, vivía solo y tenía todas las paredes llenas de ejercicios teatrales. Fue una etapa muy dolorosa porque me fui separando del mundo en el que habitaba pero tampoco pertenecía al otro mundo al que entraba.
Te costó mucho entrar en ese mundo…
En realidad yo venía del conurbano y no conocía lo que era el arte capitalino. Yo no iba al teatro, solo leía algo y consumía algo de cine. No cuadraba muy bien, además soy muy tímido y era peor todavía.
¿Y fue doloroso también?
Sí, pero gozoso. A mi antes el practicante del arte me parecía un frívolo, un snob y un vago. Y me calcé el traje de artista demasiado rápido (risas).
¿Y recordás cómo fueron esas primeras clases?
Sí, la primera fue una charla, y a la semana en la segunda clase, se hizo un ejercicio de improvisación, que se hacen en todos los talleres de teatro. Pasábamos y teníamos que decir que habíamos hecho en el día, y otra persona respondía, a partir de ahí se iban generando situaciones. Lo que me pasó es que cuando terminó la clase me dije “yo esto lo puedo hacer”.
¿Tenés un momento rupturista en tu vida que te cambió la vida para siempre?
Tengo muchos. Pero mi primera experiencia teatral a los 28 años fue el momento. Porque me critiqué además no haber empezado antes. En un momento entendí, que mientras yo quisiera actuar lo iba hacer, y que si no quería no lo iba a hacer más, eso me calmó. Y empecé a actuar mejor.
Entrevista Programa “La Frontera” AM1390 Radio Universidad Nacional de La Plata
Spotify