Por Nuno Estelrrich

En las manos cansadas se muestra el correr del tiempo, en aquel jardín de piedra y madera, donde pequeños duendes descuelgan del viento, las ideas del maestro, y al salir el sol, se dispone mientras propone una vez más tener cuidado, cuidando que no se fuguen los aromas que son guardianes y testigos de aquella milenaria receta, mezcla de acero y miel, de fuego y agua.

Son esos duendes que ayudan a crear, los mismos, que no dejan de jugar, con el viejo trovador que no para de cantar, con el diablito que no para de pintar, con aquel poeta que escribe rimas sin parar.

Las eternas melodías que son repetidas vida tras vida suenan sin parar, marcan el ritmo y los tiempos, de mis duendes, bailando en círculos, como haciendo un ritual, adorando al rocío del alba, saboreando aquel sabor eterno, que nos protege del frío olvido.

Quizás así pueda explicar la relación de los sonidos, aromas y sabores que como una máquina del tiempo nos trasladan sin discriminar momentos , quizás así entiendan el origen de los duendes que me hacen cocinar y aquella sombra , figura negra desgarbada , que silva en la mañana aquel tango que esconde un karma, que me acompaña en mi jardín de piedra fuego, madera y agua, mientras mil recetas vuelan por el delicado aire en la antigua cocina, y al caer, se clavan como púas, marcan el sendero para poder tan solo un segundo descansar, y así poder planear como comenzar otro.

Los duendes de la música y de la pintura quizás se muevan igual, llevando aquel hermoso karma de no poder parar de crear, sé que son duendes que a veces se reúnen se y mezclan para poder jugar, y me hacen terminar alguna obra con sabor y sonido e ilustrar con mil colores sus deseos caprichosos.

Quizás sea una forma poética de explicar aquello que lleva a crear, ese momento preciso donde se debe marcar una diferencia , dejar plasmada nuestra obra para el deleite de aquellos transeúntes ocasionales que nunca volverás a ver o quizás por razones mágicas regresen por más, y recuerden tu obra como algo mágico, disfrutar de la creación de un chef, se asemeja a escuchar la más hermosa melodía, a observar aquella escultura imposible de replicar y que sólo fue creado por un prodigio, quizás explique el origen de mis duendes y mi hermosa condena cocinar, cocinar y cocinar...