Por Axel Velázquez

Las relaciones de la música brasileña con el jazz resultan ser tan amplias que empezar con el bossa nova es solo una manera fácil de entender parte de éstas, debido en gran parte a la difusión que se le ha dado como género musical en Brasil a finales de la década de 1950, principalmente de la mano de los músicos brasileños João Gilberto y Antonio Carlos Jobim.

Si hablamos de diversidad étnica y complejidad cultural, sorprendentemente únicamente el continente africano supera a Brasil, a pesar de las grandes extensiones territoriales y de siglos de historia que África tiene de ventaja sobre el país sudamericano; esto se debe a la trata de esclavos que durante tres largos siglos realizaron los portugueses en Brasil, además, sumado a la gran influencia de la cultura portuguesa y francesa,  favoreció a la aparición de una sociedad racial mixta de gran diversidad en la cual cada grupo étnico aportó elementos de su cultura propia para constituir un mosaico de culturas, de danza y de música originales.

 

Entre esas danzas se encuentra “el samba”, como ellos lo llaman. Se trataba de un ritmo musical folclórico brasileño que en un principio no era bien visto, tal y como ocurría con el tango en Argentina y el jazz en Estados Unidos ya que se consideraban como expresiones artísticas y musicales de arrabal, de bajos fondos, lo cual resulta paradójico ya que hoy por hoy todas estas músicas son consideradas como la mismísima identidad nacional de las naciones. Este es un fenómeno que se repite cíclicamente con cada expresión artística que aparece como manifestación de un pueblo y que poco a poco se va generando una negación de ser aceptadas por el prejuicio de sus orígenes y que después, paradójicamente, terminan representando todo un país.

Durante la década de 1950 la comunidad musical de Río de Janeiro, sumergida en sus ritmos y en la samba, escuchaban en grandes cantidades el cool jazz de la costa oeste de Estados Unidos como Miles Davis, Gerry Mulligan, Chet Baker e incluso Frank Sinatra, los cuales influenciaron enormemente a los sambistas de aquel momento. Acerca de esta situación, el trompetista brasileño Claudio Roditti menciona: “la mayor parte de los discos de jazz establecidos en la costa oeste de Estados Unidos eran impresos en Brasil, por lo tanto, su precio era mucho menor al de los discos importados.

Entre esos músicos que fueron influenciados por el cool jazz estaba João Gilberto, quien sintetizó varios ritmos brasileños en la guitarra como nadie lo había hecho antes. Gilberto supo adaptar perfectamente en la guitarra y en su canto el patrón rítmico de muchos instrumentos de percusión de la samba como el pandeiro, el surdo y el tamborim. Hoy por hoy se conoce a la perfección el ritmo, pero en el momento de su aparición era algo completamente novedoso. Esta cosa nueva, o bossa nova (de ahí el nombre del género), fue realmente innovadora y estableció un nuevo beat de guitarra, esta nueva pulsación rítmica enriquecida por armonías del jazz y música impresionista francesa fusionadas con ritmos brasileños fue la que sedujo a los oídos de todo Brasil y del mundo entero.

 

Es en 1958 cuando un súper equipo de estrellas de la música brasileña unieron sus fuerzas para grabar el que se considera el primer bossa nova grabado de la historia. El compositor Antonio Carlos Jobim, quizá el músico brasileño más reconocido de todos los tiempos, compone la canción “Chega de Saudade”, a la que el joven João Gilberto contribuye con su innovadora forma de tocar la guitarra; se les sumó el poeta Vinícius de Moraes quien escribió con su grandiosa pluma la letra y los versos que cantará Elizeth Cardoso, una de las máximas cantantes de la historia de Brasil, en el esencial disco “Canção do amor demais”. Así se grabó una de las canciones más importantes de la música brasileña. “Chega de Saudade” sigue siendo un punto de partida para entender al bossa nova como una corriente musical definitiva que sigue estando presente en la música moderna en varios rincones de todo el mundo.

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CANCIÓN CHEGA DE SAUDADE (1958)