Por Mario Arteca
6 de diciembre de 2020
No caeré en un trance ni responderé desde un sueño, como ocurre con tantas de las llamadas drogas de la verdad. Lo único que cabe es esperar y no enviar mi pene enfermizo a un campo de batalla. ¿Por qué cerrás la puerta con llave durante el día? El dueño de casa prefiere besar al huésped a estrecharle su mano. Con frecuencia son personas compadecidas de los que se abstienen.
Según dice una herejía local, “…como no te daban pase te piantaste de los muertos, ¿cómo te iban a parar?” Cada año hay diecinueve días y sus noches donde soy el más grande, pero después se acomoda todo hasta el próximo octubre.
Una persona flechada bien puede caer encima de otra, sin mediar palabra. El mundo de los deseos se asume como un horizonte desdibujado por su extensión. Nada sorprendente. El movimiento habitual de un hijo que, desde que nació, ayuda a su madre a bajar los peldaños empinados de una escalera.
Algunos caballos duermen de pie, ¿no? Se trata de criaturas que no logran soñar porque todavía confunden la noche con habitar la cápsula húmeda de la yegua. “No es una cuestión de técnica. El problema es el miedo. Aún le temo a esas cavidades oscuras donde fueron engendrados cierta clase de monstruos.”
Cuando ya no hay a propósito de qué hacer ruido, se escucha la triple zeta continua de un zángano; lo mismo que un mediodía de febrero donde resulta el silencio como consecuencia de los últimos traslados, hasta dejar la casa inundada de voces.
Pero sobre ese tema mejor no avanzar. Pasemos a otro asunto. ¿Qué fue de la vida de aquella pequeña mujer de ojos rasgados, cuyos pechos le colgaban en forma poco natural, evitándose el uno al otro? ¿Seguirá despierta?
(de “Un mal sueño sin sonido”, de próxima aparición en EDULP)