Por Mario Arteca
Lo inconcebible, la posible autenticidad del arte, la razón existente para diferenciar los objetos y ponerlos a orbitar, refuerzan el paisaje adecuado para pasar por este nuevo texto de César Aira. Un mundo en primera persona parece modificarse, justo en el momento en que la tranquilidad debiera ganar terreno en el ocio del narrador, luego de aceptar la invitación de pasar unos días en una bella casa enquistada en Voreppe, en medio de los Alpes franceses.
Un paisaje acogedor, si no fuera porque el ojo de Aira todo lo particulariza. Sin embargo, a diferencia de otras novelas de Aira, esas modificaciones que suceden a lo largo del relato no surgen como mutaciones, o desprendimientos del avance vertiginoso de un texto; no hay catástrofe ni seres sometidos a los funcionamientos sorpresivos de lo monstruoso, característicos en otros textos suyos.
En Fragmentos de un diario en los Alpes, Aira trabaja (a su manera investiga, indaga) los mecanismos finísimos con que se construye la mirada de un creador, tras pasar por la cámara de adaptación de la representación. Para eso, utiliza cierta propiedad de la taxonomía que lo vuelve todo coleccionable. Impregnado por el universo de relojería que el paisaje entrega casi en postal, el autor realiza sensibles inspecciones oculares en toda la casa, la aísla de su marco y la vivisecciona.
Lo que Aira logra en este nuevo texto publicado por Beatriz Viterbo es su propio fragmento de un discurso amoroso. Al discurso le opone un formato menor, el diario, pero un diario recortado, seleccionado por él, lo que aumenta la certeza de habernos perdido una totalidad implacable. Aira, como enemigo de las totalidades. Y el diario, como forma externa y subgénero de la literatura, recupera de algún modo la figura de lo portátil, lo desmontable, en Marcel Duchamp.
Aira asegura que la alta tecnología nos hace vivir en una época de precursores (lo dice con respecto a los dissolving news de Meggendorfer), y en ese sentido, lo epistolar regresa -mediado por Aira- hacia el extraordinario dadaísta, reduciendo el género diario a lo instantáneo del cómic, y lo discursivo a la potencialidad del detalle, la miniatura, lo molecular que tiene la representación.
El propio Aira dice que el procedimiento en general, sea cual sea, consiste en remontarse a las raíces. Pero volvamos a los `fragmentos´. En Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso), la mecánica utilizada para diseñar su libro fue la de extender las pulsaciones del deseo, a modo de distendido diccionario que se convertiría en novela del cuerpo; en Aira, la perfección evolutiva de la mirada de un escritor cumple un papel fundamental, eliminando todo rasgo de fetichismo (es decir, todo lo relacionado con el rodeo de los objeto-imágenes que pueblan la casa) y para eso sobrevuela ese magnífico palacio alpino: primero describiendo los juguetes que proliferan en él, y luego resolviendo el modo en que se presentan sus secretos, o bien volviéndose un niño asombrado, nuevamente, cuando examina los mecanismos en los que el pensamiento se ve envuelto cada vez que profundiza en los detalles. Dichos juguetes asisten como vigía al ocio del narrador. Los juguetes como disparadores del deseo, la infancia perdida, pero también como el núcleo de los primeros movimientos de la curiosidad del escritor.
Lo que también se pone en juego es la noción, la idea misma de control; en la escritura, o en el arte todo. El control, ligado a la eficacia literaria, es instalado otra vez como parte de una praxis literaria que no se apoya en lo argumental y huye del estilo. El personaje Aira se pregunta por qué no escribe relatos con fuerte carga representativa, si en definitiva, es la clave del éxito y la demanda de la mayoría del público lector. Aira conoce esa imposibilidad (se dice a sí mismo un escritor sin éxito), porque cada vez que intenta llevar a cabo esa linealidad aparecen sus propios atajos, y con el agregado de no concebir una obra sin tener una idea previa que eche a perder todo el realismo.
Ese control refiere a cómo un escritor debe ponerse al mando de los elementos, para dejar de obedecerlos. Para eso pone de ejemplo al tahúr, que necesita miniaturizar los elementos para trabajarlos mejor. Aira opone esta operación a la desarrollada por los escultores y califica a la escultura como el summum de la dificultad para un artista. En definitiva se trata del lugar donde los sueños no se hacen realidad, ya que trabajar sobre la resistencia de la materia siempre fuerza a los artistas a cambiar de planes. Para Aira eso se da en todos los órdenes: dejar que el tiempo (incluso el narrativo) avance y ocurra sin un desenlace, porque precisamente allí reside el tuétano y el sentido de todo procedimiento.
La diferencia entre éste y otros libros de Aira, es que en Fragmentos... la conciencia creadora no irrumpe como estilo sino como construcción. Para eso pone de ejemplo el trabajo de Jiri, un escultor centroeuropeo exiliado en ese valle alpino, y cuya obra clavada en la entrada del pueblo sería un ejemplo de lo inconcebible como posible. Otro instante: cuando el narrador se encuentra leyendo Honorine, de Balzac, se logra colar esos momentos buscados por sus lectores en las pocas entrevistas que concediera el autor: Aira, a través de Balzac, vuelve a reflexionar sobre el realismo, y concluye que la realidad en literatura siempre es mediada por los signos. Y allí se resuelve una presunta controversia: la realidad ficcional siempre se da como intervención, mediación.
Si es cierto que la primera función del arte es extrañar, romper los hábitos de la percepción, como diría el autor en un artículo llamado “Lo incomprensible”, entonces Fragmentos... logra ese precepto, con la salvedad de que lo consigue dentro de un mismo proyecto literario. Con este nuevo libro César Aira desmiente incluso los antiguos prejuicios existentes sobre su escritura (aquellos que aseguran que en sus textos nunca sucede nada; justo a él, que admite no poder llevar a cabo un argumento) y muestra que la mayoría de las críticas recibidas obedecen a cuestiones de gusto, o bien torpezas al momento de la lectura.