9 de enero de 2023
Por Martín Espinel
Llegué a mi casa después de la fiesta. Fue una fiesta bastante buena para la mayoría de la gente, a mí todavía me cuesta encontrarme en esos ambientes; gente apretada, calor sofocante, nerviosismo evidente. Sé que mi forma de pensar es distinta y eso me lleva a no lograr conectar en ciertos espacios. Puedo verme a mí mismo desde otros ángulos, desde otras perspectivas cuando me encuentro con el papel.
Producto de mi ansiedad, necesité salir del chalet y empecé a caminar debajo de las estrellas, observando los árboles bailar por la brisa fresca de la mañana. Realmente sentí un momento de soledad, de intimidad conmigo mismo encontrándome fuera del barullo.
Creo que le pedí algo al cielo.
Hace mucho no me sentaba a escribir, lo postergaba, rehuía al impulso de encontrarme con la página en blanco y con estas palabras desplegándose.
La página y la palabra es eterna; al igual que el tiempo, el ruido y el reflejo.
¿Acaso somos productos de un mercado sexual?
Me interesa esta persona. A través de redes sociales, confirmo mi interés físico hacia ella. A la vez, puedo saber más o menos que personalidad tiene; okey, también me gusta. Me comunico con el vendedor del producto, que suele ser la persona misma detrás de su imagen; virtual y estratégicamente, comparto mensajes que me lleven a crear cierta afinidad con el otro. Paso al próximo paso, realmente evidenciar si en la realidad y en el contacto humano existe esa necesidad. Si la hay, simplemente adquiero el producto.
Así funcionamos hoy en día los adolescentes y nuestra forma de relacionarnos amorosamente, sexualmente, afectivamente. Y realmente, es difícil no caer en este sistema. Si no seguís los pasos, quizás no existas, y a todos nos gusta existir.
A veces pienso que me gustaría realmente alejarme de la tecnología, no encontrar mi identidad enredada en una plataforma, preocuparme un poco más en ser un ser virtuoso más que un ser virtual; pero la necesidad me quema.