Por Axel Velázquez

2 de marzo de 2021

El cuarto álbum de David Bowie es, con seguridad, su primera obra maestra. A partir de aquí, el músico más vanguardista de la historia del pop protagonizará la década de los 70’s con paso firme compitiendo hombro a hombro con las mayores leyendas del pop –Michael Jackson, Stevie Wonder, Paul McCartney– y del rock ­–Led Zeppelin, Queen y The Rolling Stones– llegando a demostrar en más de una ocasión ser superior. Si bien su disco anterior “The Man Who Sold The World” marcó su incursión al hard rock, nadie esperaba lo que el cantante británico guardaba en “Hunky Dory”, una admirable colección de canciones pop que no eran sino el resultado de una larga búsqueda de un sonido propio y único. La leyenda del camaleón empezaba.

Un camaleón solitario

Para este nuevo álbum, David Bowie recurrió a las Spiders from Mars, la misma banda de músicos con quienes grabó el disco “The Man Who Sold The World” en 1970, aunque esta vez añadiría al bajista Trevor Bolder reemplazando a Tony Visconti, además de un invitado nada despreciable, Rick Wikeman, futuro pianista de Yes, quien aportó un sonido muy particular nunca vuelto a encontrar en futuros discos de Bowie.

Sin embargo, el comienzo no fue fácil. Tras grabar “The Man Who Sold The World”, Visconti quien también era su productor musical y pieza clave en la primera etapa de su carrera, se aleja de Bowie y empieza a trabajar con T. Rex, banda rival con quien se peleó el título de representante absoluto del glam rock, aunque a la postre el Duque Blanco sería claro ganador. Pero la salida de Visconti trajo un vacío emocional y una dura depresión a Bowie quien se encontraba sin rumbo, sin productor, sin disquera, sin apoyo para continuar con su carrera y con problemas económicos que lo orillaron a incursionar en el teatro, cine y comerciales de televisión con mayor frecuencia. Fue entonces que el piano se convirtió en su principal arma para salir a flote. Con un puñado de melodías inconclusas, Bowie se dispuso a darles forma para publicarlas en su siguiente disco apoyándose en el piano que había dejado Tony Visconti antes de su partida. Si bien nunca antes había destacado en este instrumento, esta vez no tenía opción. Incluso tiempo después afirmó que haberse acercado al piano lo convirtió en un mejor compositor de lo que era hasta entonces. Y en efecto lo logró, infundiendo de un sabor particular al nuevo álbum.

 

Aclarando las ideas

Algo pasó en David Bowie cuando viajó a Estados Unidos en 1970 durante la gira de “The Man Who Sold The Wordl”. Tanto Iggy Pop de The Stooges, Bob Dylan, Andy Warhol y Lou Reed de Velvet Underground le mostraron a Bowie la dirección musical que debía seguir. Pareciera que el folk, la psicodelia y todos los géneros musicales de la costa este y oeste se mezclaron en su cabeza de manera que a su regreso a Inglaterra tenía asbolutamente todo claro para “Hunky Dory”. Es más, futuras canciones como “Star”, “Manage Dream” y “Lazy Stardust” fueron compuestas en este periodo. También ideó el concepto de su personaje más famoso “Ziggy Stardust” pero hubo que esperar año y medio más para ser testigos de esa revolución. La vanguardia musical de Estados Unidos y el folk británico fueron los principales ingredientes para el nuevo rumbo que tomaba su carrera, además continuó con la imagen pop andrógina experimentada en “The Man Who Sold The World” y las letras se volvieron más refinadas, más personales con tintes filosóficos y de reflexión.

Con las Spiders from Mars y Rick Wikeman, Bowie entra a los estudios Trident de Londres en julio de 1971 contando con la producción de Ken Scott quien tomó prestados gran parte de los sonidos acústicos logrados en el “All things must pass” de George Harrison, disco que produjo tiempo atrás. Por otra parte el mánager Tony Deffries había convencido a los ejecutivos de RCA de hacer de David Bowie la revolución musical de la década de 1970, tal como los Beatles lo habían hecho en la década anterior, una afirmación profeta e incomprendida en ese momento pero nada exagerada. El tiempo le dio la razón.

“Hunky Dory” vio la luz en diciembre de 1971 y aunque los de RCA no estuvieron de acuerdo con la ausencia de temas rockeros en el disco, Bowie la tenía clarísima. Este disco es clave para entender la leyenda en la que el cantante británico se convertiría poco tiempo después. En su momento resultó ser una amalgama de sonidos pop en su máxima expresión. Ningún otro disco de su carrera suena como “Hunky Dory”, aunque como buen camaleón, eso le pasaba todo el tiempo. Quizá por eso a Bowie no se le ha podido encasillar dentro de la música de principios de los setentas. Hacía lo que quería, como quería, cuando quería, prácticamente compitiendo contra sí mismo.

 

Canción por canción

“Changes”

¿Qué pasa si fusionas “Lady Madonna” de The Beatles con la voz de Bob Dylan? Seguramente Bowie nunca fue consciente del sonido que había logrado en el pop pero lo cierto es que “Changes” es una muestra clara de la madurez que había alcanzado en la composición y arreglos. Su trabajo vocal es impecable. En ocasiones realiza capas de tres voces, en otras únicamente dos y para hacerlo más interesante, su característico cambio de registro y de timbre en cada una de las secciones. El inicio de los versos no son cantados igual que en los coros en donde la voz toma un rumbo diferente con mayor expresión y en un mayor registro. Además, en la introducción, en los puentes y en el final, toca un sencillo pero efectivo arreglo de saxofón. Musicalmente posee una interesante línea armónica descendente en el coro en conjunto con las capas de voces, todas cantadas por Bowie, nos brindan un pegajoso “Ch-ch-ch-ch-changees” imposible de olvidar e imposible de evitar las comparaciones con el tema “My Generation” de The Who, incluso con la letra que representa las inconformidades de una generación que no da lugar a ningún tipo de cambio.

 

“Oh, you pretty things”

La primera canción grabada para el álbum. Esta interesante pieza pop representa muchas ambiciones condensadas en tan solo 3:14 minutos. Letra surrealista, excelentes arreglos vocales, una armonía muy interesante, aunque ambigua en ocasiones, y una línea de piano muy bien lograda de Rick Wakeman con movimientos de los voicings muy interesante sobre todo en el verso y al final del coro. La voz de David Bowie se mantiene en un alto rango que obligará a bajar el tono de la canción para sus conciertos posteriores. La idea de subir la energía en el coro con la banda completa funcionó de maravilla al logra un contraste en comparación del verso ejecutado a voz y piano. Y como plus, esta pieza demuestra la genialidad de Bowie basada en los pequeños detalles de interpretación. En la primera frase del coro realiza un pequeño adorno usando la técnica del falsete en su voz, recurso que no utiliza en la segunda frase del coro y que le brinda una expresividad inigualable en la melodía. Este pequeño detalle seguro a más de uno le hizo regresar a escuchar el coro completo desde el principio.

 

“Eight Line Poem”

Mick Ronson y David Bowie. Solo bastó este dueto para esta cortita pero buena canción. No resalta por sí sola pero tampoco estorba porque mantiene una conexión con la canción anterior en tonalidad y estilo. Tenemos a un Bowie en una sencilla ejecución de piano y en su acostumbrada voz, y a Mick Ronson adornando muy sutil y contenidamente en la guitarra. Debe quedar claro que la primera mitad de los setentas en la carrera de Bowie es legendaria y la más importante, por lo tanto es necesario conocerla en todas sus facetas, aún cuando esta pieza no ofrece nada particular ni al álbum ni a la carrera de Bowie, sin embargo en “Hunky Dory” no desentona. Resultaría mejor analizarla desde lo musical que desde la comparativa con el resto de las canciones del álbum, una batalla que desde luego jamás ganaría. Al final de cuentas, sólo es un poema de ocho líneas.

 

“Life on mars”

En esta cancion, la creatividad de David Bowie tocó techo. Nunca antes –y muy pocas veces después– hizo una canción a la altura de “Life on mars”, una de las mejores de toda su carrera. La epicidad de los sonidos logrados en esta pieza corren a cargo de esos impresionantes arreglos de cuerdas –obra de Mick Ronson– en conjunto combinados con la voz de Bowie que suena más poderosa que nunca. De manera oportuna demostró ser capaz de leer correctamente la dirección que la música le pedía a su voz y supo hacer uso de ella de una manera poco común entre los cantantes británicos de su tiempo. Gracias a esa cohesión que las Spiders from Mars habían logrado, los matices empledos para las diversas secciones del tema dieron en el blanco. La energía va de menos a más empezando a dueto con Wakeman y Bowie a los que se le suman la orquesta de cuerdas en crescendo hasta estallar en el coro. Y por último, Mick Woodmansey, contagiado quizá por los pequeños detalles de David Bowie y en total sincronía con los arreglos orquestales, ejecuta la batería de manera fantástica. Definitivamente hay que escuchar “Life on Mars” para entender a Bowie y su grandeza dentro del acervo musical del siglo XX.

 

“Kooks”

Esta pieza está dedicada a su hijo Duncan Jones, razón suficiente para que David Bowie fuera lo más delicado y tierno posible en su interpretación vocal. La instrumentación es muy suave con guitarra acústica, piano, un arreglo de cuerdas bastante bueno a cargo de Mick Ronson y el bajista Trevor Bolder sorprende con unas trompetas ejecutadas por él mismo. Es una canción realmente sencilla y al igual que “Eight line poem” no destaca en el álbum pero tampoco llega a desentonar.

 

“Quicksand”

Esta pieza contiene una de las mejores letras de David Bowie de sus primeros años. No olvidemos que Bowie se desenvolvía muy bien dentro del folk y en “Hunky Dory” nos lo vuelve a recordar, esta vez de manera soberbia porque “Quicksand” es una obra maestra del género. La melodía es perfecta y los matices están muy bien llevados mediante crescendos en los cambios de sección y al igual que en muchas piezas de Bowie, los instrumentos se agregan conforme la canción avanza. Nuevamente Mick Ronson fue el encargado del arreglo de cuerdas dejando claro que uno de sus mejores aportes en la carrera de Bowie no se limitó únicamente a la guitarra. David Bowie nos regala una interpretación bastante buena en la que sin cambiar mucho el registro y el timbre de su voz es capaz de transmitir la emoción del mensaje de la letra y como frío calculador sabe bien cuándo cantar en falsete, con vibrato y cuando realizar pausas. El equipo Bowie, Ronson, Wakeman rindió grandes frutos y esta pieza junto con “Life On Mars” lo dejan muy en claro. “Quicksand” hace justicia al álbum por cuenta propia.

 

“Fill your heart”

El único cover de “Hunky Dory” y otro ejemplo de la efectividad del equipo Bowie-Ronson-Wakeman. Sin llegar a ser una obra maestra dentro del catálogo de Bowie, sí destaca por sintetizar gran parte del álbum y sobre todo por lo completa que es. Bajo un ritmo atresillado en estilo swing y bastante alegre, Mick Ronson aporta un arreglo de cuerdas en constante cambio de acuerdo a los matices del tema; Rick Wakeman nos regala un buen acompañamiento en todo momento liderando el tema junto con Bowie y su momento protagónico con una bonita línea descendente casi al final del tema; Trevor Bolder ejecuta las trompetas además del bajo –al igual que en “Kooks”–, y Bowie nos demuestra que además de cantar como pocos también dominaba el saxofón tenor lo suficiente como para no sospechar que se trate de él mismo.

 

“Andy Warhol”

Desde su adolescencia, David Bowie siempre se sintió atraído por Andy Warhol sobre todo por su trabajo con The Velvet Underground –nótese la similar introducción de este tema con “Sunday Morning–, aunque su impactó fue mayor al conocerlo personalmente en su gira de 1970 por Estados Unidos promocionando “The Man Who Sold The World”. El riff de guitarra acústica ejecutado por Mick Ronson, la tenue voz de Bowie del verso que cambia a un registro más agudo en el coro hacen de este tema un momento oscuro con tintes psicodélicos dentro de “Hunky Dory”. Parece que nuestro camaleón quería aprovechar la oportunidad para componer cualquier canción a partir de cualquier momento de inspiración, en este caso Warhol aunque el resultado no haya sido sobresaliente. La creación es la naturaleza del artista.

 

“Song for Bob Dylan”

Otro pequeño homenaje a un enorme ídolo como es Bob Dylan. La cantidad de artistas que el genio de Minesota llegó a influenciar es incalculable –aunque haya quienes por únicamente no comprenderlo lo suficiente no entiendan su crucial aporte a la historia de la música popular. Esta canción guarda una relación con la letra de “Song to Woody” del propio Dylan que le dedicó a Woody Guthrie en su disco debut en 1962. Si bien David Bowie le rinde un buen tributo con una voz que asemeja mucho a la del rey del folk, cualquier cosa dedicada a Dylan parece quedarle chica pero las líneas “Some words had truthful vengeance that could pin us to the floor” (Algunas palabras contenían una auténtica venganza que podría clavarnos al suelo) y “You're every nation's refugee, don't leave us with their sanity” (Eres el único refugio de la nación, no nos dejes con su cordura) dieron en el blanco.

 

“Queen bitch”

Parecía que a Bowie se le había olvidado el hard rock en “Hunky Dory” pero no es así. “Queen bitch” cumple con sus ambiciones rockeras que aún llevaba guardadas y que nos dejan ver el sonido que logrará en su siguiente disco. Tanto el rasgueo de la guitarra de Ronson, la voz de Bowie, la sonoridad y estética en general de la canción recuerda mucho a “Star” o “Hang on to yourself”, canciones que por cierto ya había compuesto en los tiempos de “Hunky Dory” pero que decidió esperarse para publicarlas en el álbum siguiente. Si apenas estás adentrándote a la obra de David Bowie y eres de los que escucha disco por disco de manera cronológica, este tema es un spoiler de Ziggy Stardust. ¿Se habrá equivocado e incluyó por error a “Queen Bitch” en este disco? Quizá. 

 

“The Bewley Brothers”

El disco cierra con este tétrico y oscuro tema folk que, como hemos dicho, nuestro protagonista domina muy bien. Repite el formato que “Eight Line Poem” con Mick Ronson pero ahora con Bowie a la guitarra. Musicalmente es silencioso, estéril y siniestro, líricamente impenetrable utilizando palabras y frases sin sentido –aunque tiempo después el mismo Bowie dirá que fue inspirada en su medio hermano Terry Bowie– manteniendo una estructura convencional de tema folk con los característicos recursos vocales de Bowie (cambio de registro y timbre). Al final aparece un arreglo de voces con tintes psicodélicos los cuales se van desvaneciendo poco a poco y la velocidad de la canción es alterada para hacer sonar a Bowie cada vez más tétrico. Una canción que fácilmente pudo haber entrado en “The Man Who Sold The World”

 

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