Por Damián Zárate

Poner la cabeza en modo viaje requiere, entre otras cosas, pensar una play list de acompañamiento y también atreverse a vivir experiencias autóctonas artísticas que nos puedan enriquecer, no solo por la música sino por los paisajes en los cuales disfrutamos en ellos.

En la última experiencia la primera elección fue bajar el último disco de David Lebón, acompañado por artistas que completaron un trabajo extraordinario, en el cual reversionan grandes piezas de toda la historia prolífica del gran David. Ese disco bajado se sumó al siempre incluido en la play list de mi vida con Fito Páez, en todos sus periodos artísticos, desde “El amor después del amor” hasta “La Ciudad Liberada”, parando en todas las estaciones convertidas en vinilos, cassettes y CD´s.

Hablando de estaciones y de las vías de este recorrido; dejarán traslucir una gran debilidad por los artistas callejeros y por esa manera generosa y popular de regalarnos su dialecto autóctono de corcheas y tonos a través de sus instrumentos y sus voces.

En Barcelona las paradas van a ser varias: a metros de la Catedral te cautivan las dos voces experimentadas de dos tenores extraordinarios.

Y 100 metros luego, se encuentra el punto de la música sobre la calle Carrer del Bisbe (calle del obispo) y Carrer de la Pietat (calle de la piedad) ambas rodeando la Catedral de Santa Eulalia, construida en el año 877. Allí, el enorme (y ya amigo) Miguel Ale, argentino, te devuelve a La Argentina con esos tangos en la garganta exiliada, primero obligado y hoy por decisión propia. Un repertorio amplio sobre la música identitaria del Río de La Plata.

Y para cerrar la vuelta por Barcelona, las variopintas melodías de un Búlgaro que la rompe al pie de las escalinatas más cercanas al Museo Nacional D´Art de Catalunya que guarda la colección de arte Románico más grande del mundo.

En París, una ciudad en la cual se escucha música aunque no haya melodías cercanas, nos topamos con un artista en un puente sobre el Río Sena, que al advertir nuestra atención, primero, y luego nuestra nacionalidad, nos brindó un show exclusivo de 10 minutos inolvidable.

En Varsovia la música llegó a modo de ver un ensayo en plena vía pública en la zona céntrica hasta con un piano.

En Praga, sobre el maravilloso Puente de Carlos, que atraviesa el Río Moldava de la ciudad vieja a la ciudad pequeña, vimos una banda de Jazz que tenía un imán y no te permitía dejar de escucharlos.

Ya en Ámsterdam, esquivando las bicicletas y camino al Museo de Moco, dedicado a exhibir arte moderno y contemporáneo, sobre una calle techada, otra vez, nos cautivó la música clásica.

Las pocas horas en Bélgica, repartidas entre Brujas y Bruselas no generaron ese toque azaroso de toparte con el arte callejero musical, pero ya que no tuvimos esa posibilidad, la canjeamos por un flashback, a una ciudad que ya nombramos como Paris, pero es de tan alta calidad la fotografía del 2018 que se impone en el viaje del 2019. Aquí encontramos al famoso grupo francés Les Presteej que toca cada día en la Basílica Sacré Coeur (Sagrado Corazón) ubicada en lo alto de la colina de Montmartre.

Viajar es una aventura completa para disfrutar con todos los sentidos. Desde visitar lugares emblemáticos, escuchar otros idiomas e intentar interactuar, perderse en las propias rutinas de los lugareños, probar sus saberes, costumbres, y también bailar y escuchar a los propios artistas que embellecen cada escenario con la música