Por Miguel Ale
Es mi deseo irme sin saludar de esta gran fiesta absurda, como cuando llegué, desnudo y sin saber a dónde.
Es mi deseo que los discursos se vuelvan confesiones y que las confesiones se hagan con versos que rimen para que los pecados sean solo poesía.
Es mi deseo que Argentina muera sin dolor, con dulzura, compensada por tanto que ha sufrido yendo de fiesta en fiesta.
Es mi deseo que mi edad sea la edad de todos como mis años han sido los de otros que vendrán y otros que fueron.
Es mi deseo que los niños se tiendan boca arriba y en noches luminosas aprendan a leer viendo el abecedario que forman las estrellas.
Es mi deseo que cada bioquímico haga sus analíticas analizando la sonrisa de cada paciente para nada impaciente y todas salgan bien.
Es mi deseo que no haya más fechas de las patrias, los festivos, los orgullos ni los santos para que todos los días sean un solo festejo respetable e inacabable.
Es mi deseo que todos los literatos no escriban más y todas sus poesías y relatos sean orales y los escuchas los difundan por el mundo de la misma manera.
Es mi deseo que los besos se hagan pájaros, los pájaros cometas y sus estelas el blanco de la espuma de las olas que se suicidan en la arena.
Es mi deseo que el sistema solar se disperse y cada planeta vague libre libre, a su antojo, recorriendo galaxias que ya no tengan nombres.
Es mi deseo que los políticos y los represores trepen a esos árboles que crecen hasta agujerear la atmósfera y cuando la troposfera destruye sus copas regresan a florecer de nuevo.
Es mi deseo que las llanuras que pisé se despierten de ese sueño imbécil de creerse jungla solo por albergar su fauna.
Es mi deseo que la muerte de mi país no conmueva a nadie porque el planeta estará apagado y con el tiempo ese letargo incubará su renacer.
Es mi deseo despertar y despertar y persistir y persistir hasta que el sueño sea el vencedor.