Por Mario Arteca
LO QUE FUISTE INCAPAZ DE DECIR
(a Gustavo López)
Como si vivieras todo el tiempo
del otro lado de la vía, y por ese motivo,
te indemnizaran por cada año y cada
hora, cada segundo de tu martirio.
Siempre al lado de una perspectiva
visionaria, donde nada está amarrado.
El eclipse ilumina mientras se debilita.
Lo dije hasta el cansancio: nombre
y número explican poco y nada,
aunque se trate de cifras con personas
adentro, como aquellas que te martirizaban
de chico creyendo que la única luz
que desprenden es cierta habilidad
para manifestarse con toda la perversión
de su eficacia, y porque hay maneras
de recordar que fuiste soberano
de vos mismo en nombre de otros.
DOS TIPOS AUDACES
Qué hayas estado en este lugar antes que yo
no te hace dueño de ningún capital. La condición
de dominio nunca fue por orden de llegada.
Está la misma esquina donde te despedían
desvestido y sin prontuario, porque por entonces
ella resolvía sus asuntos de esa forma; también
esa luz enferma que proyecta un arco iris
alrededor de los neones cargados de humedad
ambiente; los restos de un parabrisas de vidrio
laminado en la calle tras un accidente
automovilístico, además de ese bar de referencia,
donde años atrás te sacaran de los pelos cuando
te dirigías a una cita envenenada, a la que fuiste
como su único invitado. Los méritos, querido
mío, dejémoslos a los muertos, a los que ahora
no pueden hablar por carencia de pensamiento
propio; a los confundidos por el nuevo orden
sin que apenas consigan palabras adecuadas
para describirlo. Estás de pie, igual que yo,
frente a la misma escena, donde los actores
principales somos nosotros y lo que dejan
las paredes marcadas por los aerosoles,
en un nuevo alfabeto que apenas entendemos.
Por ahora, nos retiramos. Nada se pierde
con formular las mismas preguntas
ante futuras traducciones. Lo nuestro surge
de la maleza como una plaga que desconoce
su origen, pero que continúa su desarrollo
sin establecer territorio, hasta que alguien
implante el nombre que corresponda
y deje de llevarse todo por delante.
SCHADENFREUDE
Cambiaste las clases de apoyo
por la mirada de clase. Tu mundo,
siempre pequeño e impenetrable,
ahora cae sobre nosotros como bandas
de comadrejas hambrientas; esa fuerza
de la ola que rompe con violencia
el murallón, se deshace y retira
en un mismo desenlace su puño
herido de cristales marinos.
Tras un movimiento rápido dejaste
de mover las piezas del tablero,
porque el juego estaba contaminado,
y porque a la luz de los hechos
quienes sabemos de esto anticipamos
con precisión el final de una partida.
Tu alimento era la alegría del pretexto,
pero esa forma familiar de la limosna
ha concluido, se invirtió la carga
con total elocuencia. Esta época
necesita de otras afirmaciones,
las más resistentes al viento accidental
y borrascoso que golpea las ventanas
de tu casa vacía, luego que fueran abiertas
como higos que no soportan la presión
de la madurez, para dejar tu mecanismo
de defensa otra vez inconsciente, una masa
sonámbula de abanicos chinos de papel
creyendo desalojar el aire del verano.
ALTA FIDELIDAD
(a Oli, en sus veinte años)
La imagen de un cangrejo muerto
en una roca erosionada de una playa
de Monte Hermoso, durante una sudestada
devastadora, hace diez años. Y de pronto
el mar creció, arreando medusas rosadas
con sus lomos tatuados en cruz.
Eran las más peligrosas, ¿te acordás?,
con sus encajes filosos y ácidos
que hacían las delicias de los médicos
alternos, de los bañeros meadores
de heridas y cultores del vinagre
sobre las picaduras de las piernas
de los bañistas. Mar peligroso. Niña
dormida. La crecida, hija, cerraba
el paso de la arena a la orilla, de la orilla
al océano, de mi potestad sin plataforma
hacia tu pequeña persona. Veinte años
atrás intervine con la única imaginación
con que contaba un individuo
que empezaba a ser arrinconado
por sus pulmones. Estaba entonces
ocupado en asuntos menores
como el alimento, el pago de una casa,
el cuidado de la mascota, el trabajo diario,
las deudas en plástico que limitaban
la capacidad de estrenar alternativas,
como escribir, mirar el horizonte
con rostro de vaca dos veces
preñada, leer el mundo con el peso
de un quitamanchas en la camisa,
arruinada por un descuido sorpresivo
y enseguida arrojada al tacho
de la basura. Ahora, gracias al clima
dislocado, las aguas vivas se retiraron,
se fueron a hacer de las suyas a otra parte.
Te podés amigar de nuevo con el mar,
querida hija; las aguas ya están exentas
de culpa. No tengo importantes lecciones
ni consejos para vos en tu día, salvo
aquello a lo que refería Enrique Lihn
al comienzo de un poema donde agotaba
de un plumazo el sentido amoroso del mismo,
para de inmediato decir: “peor es tragar saliva”.
Las cosas, cuando se convierten en objeto
de cambio, no traducen con fidelidad
el deseo buscado. Son aproximaciones,
como la de los cometas o los asteroides
que cepillan cada tanto la atmósfera, pero
sin cumplir con su amenaza. Yo también
soy una aproximación, un bólido de fuego
a punto de estrellarse, o una masa sólida
de hielo cuyo destino será partirse
al tomar contacto con la temperatura
ambiente. Ninguna otra cosa nos espera
con los brazos abiertos. No quisiera dormirme
con el gusto de la palabra idiota en la boca.